Domingo de Pascua de la Resurrección del Señor
HOMILÍA DOMINGO DE PASCUA DE LA RESURRECCIÓN DEL SEÑOR Ciclo A: Hech. 10, 34a.37-43; S. 117; Col. 3, 1-4; Jn. 20, 1-9 (Mt. 28, 1-10; Lc. 24, 13-35)
“Este es el día del triunfo del Señor ¡Aleluya!”
Ki’imak óolal láake’ex ka t’aane’ex ich Maaya: Aleluyal! Yuumtsil Jesús dso’ok u ka’a púut kuxtal. Lela’ leti’e’ Domingo taj nojoch ti’ tuláakal le ja’abá k ti’al to’onex oksa ólal Cristo, yeetel U ki’imak óol le kinbensaja’ ku máan 50 kiino’ob tak le ken k’uchuk Pentecostés.
Balé leti’e’ yáax waxak p’éel kiino’obo’ leti’e nojoch kinbensajo’obo’.
¡Aleluya! hermanos y hermanas todos muy queridos, Jesucristo ha resucitado, y con este gozo les saludo con el afecto de siempre deseándoles todo bien en el Señor.
Hoy es el domingo por excelencia, el más importante de todo el año para nosotros los cristianos. Los próximos ocho días, hasta el domingo 16 celebraremos la octava de resurrección, dentro de la cual cada día se festeja con la misma solemnidad que el día de hoy. Luego continuaremos hasta completar cincuenta días el 28 de mayo cerrando con la solemnidad de Pentecostés, al celebrar la venida del Espíritu Santo sobre los Apóstoles. Luego, cada domingo será, como siempre, día del Señor, y cada Eucaristía será, como siempre también, memorial de la muerte y resurrección de nuestro Señor Jesús.
La primera lectura de hoy está tomada del libro de los Hechos de los Apóstoles, cuya lectura vamos a continuar día con día durante todo este tiempo de Pascua. Para quienes no han dado nunca una lectura sistemática a la Biblia, les recomiendo comenzar por el Evangelio según San Lucas y luego por este libro de los Hechos de los Apóstoles.
El libro de los Hechos de los Apóstoles es un libro abierto, en el sentido de que la vida de la Iglesia continúa desde entonces hasta nuestros días. Y el protagonista de esta historia es el mismo de siempre: no es Pedro, ni Esteban, ni Felipe, ni Pablo, ni ninguno de los Apóstoles, sino que el protagonista de la vida de la Iglesia es el Espíritu Santo, tercera Persona de la Santísima Trinidad, que va guiando a su Iglesia. Es por eso que, la Iglesia, a pesar de todos los errores, pecados y escándalos de sus ministros y de todos los cristianos, sigue adelante sin que nada ni nadie la destruya, ni de adentro, ni de afuera, porque se siguen cumpliendo las promesas de Cristo: “Las puertas del infierno no prevalecerán contra ella” (cf. Mt. 16, 18), y la otra cuando dijo: “Yo estaré con ustedes todos los días hasta el fin del mundo (cf. Mt. 28, 16-20).
En el pasaje de hoy escuchamos uno de los primeros testimonios de San pedro sobre nuestro Señor Jesucristo, diciendo que durante su ministerio pasó haciendo el bien, sanando a los oprimidos por el diablo. Dice Pedro que, al inicio de su ministerio, Dios ungió a Jesús con el poder del Espíritu Santo. De hecho, la palabra “cristo” viene del griego y significa “ungido”. Jesús fue ungido no por un hombre, y no con un simple aceite, sino por el Espíritu Santo. Por eso unimos su nombre con su unción y le llamamos “Jesús-Cristo”, o “Jesucristo”.
Tú como cristiano, fuiste ungido en tu Bautismo también por el Espíritu Santo; el sacerdote o diácono fue sólo el ministro o representante de Dios y el crisma con el que te ungieron fue el signo sacramental que hizo presente al Espíritu. Y desde entonces eres otro cristo. En la Confirmación volviste a ser ungido para cumplir tu misión de cristiano. Y los sacerdotes volvemos a ser ungidos en nuestra ordenación. El próximo viernes 14 de abril, Mons. Mario Medina Balam, será de nuevo ungido en su cabeza para ser constituido sucesor de los apóstoles, y ser dedicado como Obispo Auxiliar de Yucatán. Todo es fruto del poder del resucitado y de las gracias del Espíritu Santo.
Luego San Pedro da testimonio de la muerte y resurrección de Cristo, y de la misión de los discípulos de “predicar al pueblo y dar testimonio de que Dios lo ha constituido juez de vivos y muertos”. La herencia de ellos continúa en la Iglesia y ahora nos toca a nosotros dar ese testimonio. Juntos lo damos al rezar el credo en la Misa dominical, pero también lo hacemos en la vida diaria, cada uno desde su propia trinchera.
El salmo 117 hoy tiene pleno sentido, pues en verdad podemos afirmar que “Este es el día del triunfo del Señor. Aleluya”. A la luz de este triunfo de Jesús podemos considerar los supuestos triunfos humanos y nuestro propio triunfo, y comparemos en qué podría asemejarse nuestro triunfo al del resucitado, y el único punto de semejanza puede ser el amor que pongamos en nuestra entrega por alcanzar el triunfo de la cruz en nuestras vidas.
La carta a los Colosenses donde el Apóstol nos invita a que, en consecuencia de la resurrección de Cristo, “pongamos nuestro corazón en los bienes del cielo”. Por más grandes que puedan ser los bienes de este mundo, estos bienes aquí se van a quedar, y los únicos bienes que nos van a acompañar para la eternidad son los bienes del amor dado al Señor y a nuestros hermanos.
Para el santo Evangelio tenemos tres posibilidades de relatos: el de Juan; el de Mateo, que se proclamó anoche en la celebración de la Pascua; y el de Lucas, que queda muy bien para la tarde o noche de hoy, ya que trata de los discípulos de Emaús, que a esa hora del día tuvieron la experiencia de que el Resucitado caminara con ellos por el camino, y que luego le reconocieran al partir el pan cuando entró para quedarse con ellos en casa.
Pero veamos un poco del Evangelio según san Juan. En este Evangelio es María Magdalena la que viene de madrugada al sepulcro, y se encuentra con que la piedra que tapaba el sepulcro había sido removida y el sepulcro estaba vacío. Ella corrió hasta la casa donde se encontraban Pedro y Juan y les dijo angustiada: “Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo habrán puesto”. Aquí vemos cómo ella dio su lugar a los apóstoles, y particularmente a Pedro. Los dos discípulos salieron corriendo al sepulcro y aunque Juan llegó primero, se esperó un poco para darle el lugar a Pedro para que él fuera el primero en entrar al sepulcro.
Para la perfecta unidad en la Iglesia es fundamental continuar dando su lugar a Pedro, hoy en la persona del Papa Francisco. Cada obispo está llamado a conducir a su Iglesia manteniendo su comunión con el Papa. Cada sacerdote, igualmente, está llamado a apacentar a sus hermanos, manteniéndolos en comunión con su obispo y con el Papa. Quien no se mantenga en comunión rompe con la catolicidad y la unidad de la fe y las costumbres. Sigamos a quien está unido al Papa y a los obispos.
En los primeros años de la Iglesia, San Ignacio de Antioquía dejó una máxima que no hemos de olvidar. Él dijo: “Ubi episcopus ibi ecclesia”, lo cual quiere decir “Donde está el Obispo allí está la Iglesia”. Yo diría, lo que otros han dicho de muchas maneras, “Ubi Petrus ibi ecclesia”, “Donde esta Pedro allí está la Iglesia”. Por más famoso que sea un laico, un sacerdote o hasta un obispo, si no está en comunión con los demás obispos y con el sucesor de Pedro, está desviando el rebaño fuera de la Iglesia.
Que tengan todos una feliz Octava de Pascua. ¡Aleluya! ¡Sea alabado Jesucristo resucitado!