Homilía XVIII Domingo del Tiempo Ordinario: La Transfiguración del Señor
HOMILÍA
XVIII DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO
La Transfiguración del Señor
Ciclo A Dn 7, 9-10. 13-14; 1 Pe 1, 16-19; Mt 17, 1-9.
“Este es mi Hijo muy amado, en quien tengo puestas mis complacencias” (Mt 17, 5).
In láake’ex ka t’aane’ex ich maaya kin tsikike’ex yéetel ki’imak óolal. Jesús tu ya’alaj ti’ óoxtúul u apóstoles u no’okbensil, tu táan leti’obe’ tu Ki’ili’ich k’e’exuba yeetel u sikbal Moisés beyxan Elías, bix ku kíimil Jerusalén. Beyo’ tu múuk’insuba’ u ti’al ken k’uchuk u k’iinil cruz”.
Muy queridos hermanas y hermanos, les saludo con el afecto de siempre y les deseo todo bien en el Señor en este domingo décimo octavo del Tiempo Ordinario, el cual coincide con la fiesta de la Transfiguración del Señor.
Un saludo muy especial a los jóvenes que en este día están concluyendo la Jornada Mundial de la Juventud 2023 (JMJ) en Lisboa, Portugal; en la que han participado más de un millón de peregrinos de 140 países, de los cuales alrededor de 25,000 son mexicanos, y entre ellos 86 yucatecos. A todos ustedes, jóvenes que me escuchan, Dios los ha convocado a participar espiritual y virtualmente, para recibir las gracias de esta Jornada.
El lema de esta JMJ está tomado del pasaje de san Lucas 1, 39; cuando luego de la anunciación y la encarnación del Verbo de Dios en María, ella se levantó y partió sin demora. Dice el Papa que María no se volvió hacia adentro, sino hacia afuera, al encuentro de su prima Isabel, siguiendo el deseo de Dios para su vida. Esto nos enseña que todo cuanto recibimos de Dios es para ponerlo al servicio de los demás, no para volvernos hacia nosotros mismos.
El Papa Francisco ha estado participando en esta Jornada, que hoy clausuró con una Eucaristía. El Santo Padre recomendó a los participantes que antes de partir a Portugal fueran a visitar a sus abuelos, y que quien no los tuviera fuera a visitar a cualquier anciano. La conexión de los jóvenes con sus abuelos es muy importante, porque ellos les “inyectan” un poco de juventud con su idealismo, alegría y entusiasmo, mientras que los abuelos les “inyectan” a los jóvenes un poco de la sabiduría que han aprendido con los años.
La juventud respeta la experiencia de los años que han vivido los ancianos. Hoy en la segunda lectura el apóstol san Pedro, ya un tanto anciano, da un testimonio de la Transfiguración de Jesús sobre el monte Tabor, que él presenció junto a Santiago y el joven Juan. Dice Pedro: “Cuando les anunciamos la venida gloriosa y llena de poder de nuestro Señor Jesucristo no lo hicimos fundados en fábulas hechas con astucia, sino por haberlo visto con nuestros propios ojos en toda su grandeza… Y nosotros escuchamos esta voz, venida del cielo, -la voz del Padre- mientras estábamos con el Señor en el monte santo” (2 Pe 1,16-17).
En el credo confesamos que creemos en la Iglesia que es una, santa, católica y apostólica, precisamente porque los apóstoles, con su testimonio personal son las columnas que la sostienen, pues contamos con el testimonio de su predicación sellada con la sangre de su martirio; testimonio que se prolonga en la predicación y conducción de sus sucesores, el Papa y los obispos, y el testimonio de los miles de santos y mártires a lo largo de nuestra historia hasta el día de hoy.
Santiago fue martirizado muy pronto, pero alcanzó a evangelizar España por sugerencia de la Virgen María, y de España nos vino el Evangelio a nosotros, mexicanos, latinoamericanos y caribeños. El joven Juan continuó hasta la ancianidad siendo testigo de lo que él vio y escuchó en el monte santo. Seguramente los jóvenes que vuelvan de Portugal traerán de regreso en su mente y en su corazón fuertes y hermosas experiencias de su encuentro con el Señor, y podrán dar testimonio desde ahora a otros jóvenes y, algún día, a sus hijos y nietos. Más de uno tendrá el llamado a la vida sacerdotal, más de una a la vida consagrada, para dedicarse a una vida testimonial. Ojalá el Señor se les manifieste y todos los jóvenes asistentes regresen transfigurados por esta experiencia de fe.
El Señor Jesús quiso manifestar su gloria a estos tres apóstoles para que fueran los puntales de la construcción de su Iglesia. Recordemos lo dicho a Pedro: “Tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia.” (Mt 16, 18). Antes había anunciado que algunos de los que lo estaban escuchando no morirían si haber visto su gloria, y seis días después lo cumplió con ellos tres. Ya el profeta Daniel, siglos antes había anunciado que un “hijo de hombre” vendría lleno de gloria. Esto lo escuchamos en la primera lectura de hoy.
La aparición de Moisés y del profeta Elías representando a la Ley y los Profetas y dialogando con Jesús, son prueba de que ya estaba anunciado que el Mesías debía padecer, morir y resucitar. Por otra parte, para nosotros debe quedar muy claro que no hay ningún rompimiento con el Antiguo Testamento, y que los judíos son particularmente hermanos de nosotros los cristianos. El Sr. Cardenal Suárez Rivera, arzobispo de Monterrey de 1983 al 2003, tenía una gran amistad con el Rabino de la ciudad, y siempre lo llamaba “mi hermano mayor”.
La emoción que sintieron los apóstoles al ver la gloria de Jesús y la presencia de Moisés y Elías nadie la ha tenido, pero muchos hemos experimentado el enorme gozo de un encuentro fuerte con Jesús, como el que se puede vivir en algunos retiros espirituales, tanto que no quisiéramos que terminaran esos días. Pedro manifestó el deseo de quedarse en aquel lugar junto con todos los presentes, y fue entonces que se escuchó la voz del Padre celestial diciendo: “Este es mi Hijo muy amado, en quien tengo puestas mis complacencias, escúchenlo” (Mt 17,5).
Más allá de las emociones religiosas, es importante que todos hagamos caso de este mandato del Padre, porque este mandato nos beneficia más a nosotros de lo que podamos imaginar. Jesús es la Palabra del Padre hecha carne. Para escuchar esta Palabra es necesario poner mucha atención en el templo a la proclamación de la Palabra, pues es Palabra viva. También es importante escuchar la homilía del sacerdote que nos ayuda a profundizar, así como darnos tiempo durante la semana para leer la Palabra de Dios en un ambiente de oración. Esta cercanía con la Sagrada Escritura transformará nuestra existencia, entonces el Padre podrá decir de nosotros: éste es mi hijo amado, ésta es mi hija amada, en quien tengo mis complacencias.
Queridos diáconos, que hoy están siguiendo esta Eucaristía en diferentes lugares de México, que durante la semana que termina han estado unidos en oración por las vocaciones al diaconado permanente, continúen sirviendo en su ministerio, y háganlo con fidelidad, con generosidad y alegría, teniendo en cuenta que el Evangelio que proclaman y predican es palabra viva de Cristo nuestro Señor, que ustedes deben guardar en su corazón conforme al mandato de nuestro buen padre Dios de escuchar a su Hijo amado.
Tengan presente que su vocación de diáconos es una realidad viva y constante, pues el llamado del Señor es permanente. Vivan de tal manera que haya muchos más varones como ustedes que se detengan a considerar ante Dios, si acaso Él los llama, pues necesitamos muchos y muy santos diáconos permanentes en nuestra Iglesia.
Que tengan una feliz semana. ¡Sea alabado Jesucristo!