Símbolos de la cuaresma
Conoce los símbolos de la cuaresma y su significado: ceniza, desierto, 40 días, ayuno, etc.
El tiempo de Cuaresma nos ofrece una gran cantidad de signos y símbolos litúrgicos, llenos de mensaje, que debemos saber interpretar. Otros elementos que son constantes en la vida cristiana, se intensifican durante este tiempo.
Las cenizas
Estas se colocan el Miércoles de ceniza. Este símbolo ya se emplea en la primera página de la Biblia. Cuando se nos cuenta que «Dios formó al hombre con polvo de la tierra» (Gen 2,7). Eso es lo que significa el nombre de «Adán». Y se le recuerda enseguida que ése es precisamente su fin: «hasta que vuelvas a la tierra, pues de ella fuiste hecho» (Gn 3,19).
La costumbre actual de que todos los fieles reciban en su frente o en su cabeza el signo de la ceniza al comienzo de la Cuaresma no es muy antiguo.
En los primeros siglos se expresó con este gesto el camino cuaresmal de los «penitentes», o sea, del grupo de pecadores que querían recibir la reconciliación al final de la Cuaresma, el Jueves Santo, a las puertas de la Pascua. Vestidos con hábito penitencial y con la ceniza que ellos mismos se imponían en la cabeza, se presentaban ante la comunidad y expresaban así su conversión.
En la última reforma litúrgica se ha reorganizado el rito de la imposición de la ceniza de un modo más expresivo y pedagógico. Ya no se realiza al principio de la celebración o independientemente de ella, sino después de las lecturas bíblicas y de la homilía. Así la Palabra de Dios, que nos invita ese día a la conversión, es la que da contenido y sentido al gesto.
Además, se puede hacer la imposición de las cenizas fuera de la Eucaristía -en las comunidades que no tienen sacerdote-, pero siempre en el contexto de la escucha de la Palabra.
El desierto
Geográficamente hablando, es un lugar despoblado, árido, solo, inhabitado, caracterizado por la escasez de vegetación y la falta de agua.
Es el lugar donde transcurre el ayuno, considerado como desasimiento y soledad exterior e interior, para llevar, al que en él se interna, a la uníón con Dios.
Los textos bíblicos en que se fundamenta esta afirmación son los cuarenta días de Moisés sin comer ni beber en la montaña del Sinaí para recibir la Ley (Ex 24, 12-18; 34) y los cuarenta días de Elias (1 Re 19,3-8). Elías vive la dureza del desierto reconfortado por la comida y bebida misteriosa, y recorre su camino superando el decaimiento de los israelitas en los cuarenta años de marcha hacia la tierra prometida. Se trata, en todos los casos, de hombres marcados por la visión de Dios al final de dicho camino. Estas narraciones nos ayudan a entender el sentido de los cuarenta días de desierto de Cristo (Primer Domingo de Cuaresma), vivido como experiencia de la tentación y encuentro íntimo con el Padre, pero, también, como preparación a su ministerio público.
Para la Biblia, el desierto es, además, una época de oración intensa. Es el lugar del sufrimiento purificador y de la reflexión, aunque también es una gracia que puede rechazarse.
De hecho, el ayuno de Moisés contrasta con el rechazo de los cuarenta años de desierto por parte del pueblo. Los cuarenta días de Moisés son el rehacer un camino de fidelidad que el pueblo no supo andar, así como los de Cristo lo son para la prueba que el Espíritu Santo permitía al tentador (Mt 4, 1).
El desierto es la geografía concreta, el espacio y el tiempo de la unión con Dios. Por eso Oseas (Os 2, 16-17) lo propone como el lugar propicio para captar su mensaje espiritual, al igual que lo hace la Iglesia con sus hijos en la Cuaresma.
Muchas veces en nuestra vida cotidiana rechazamos esos espacios de silencio y soledad porque tenemos miedo de encontrarnos con nosotros mismos y con Dios y descubrir qué lejos estamos de su proyecto sobre nosotros. Por eso, el «desierto» requiere el coraje de los humildes, de los que no tienen miedo de volver a empezar…
Los cuarenta días
La organización cuaresmal es un tiempo simbólico que hecha sus raíces en el Antiguo y en el Nuevo Testamento. Los cuarenta días de Moisés y de Elías o los cuarenta años del Pueblo elegido en el desierto no son referencias secundarias. La tradición judeo-cristiana ha visto en este número una determinada significación. Probablemente la idea más antigua sea la referencia a los años de desierto vistos como un tiempo asociado al castigo de Dios (cf. Nm 14,34; Gn 7,4. 12. 17; Ez 4,6; 29, 11-13).
En el Deuteronomio aparece una interpretacíón de los cuarenta años como el tiempo de la prueba a la que Dios somete al pueblo (Dt 2,7; 8,2-4). Son los días del crecimiento de la fe, según el Salmo 94, 10. Para los Hechos de los Apóstoles, el número cuarenta continúa siendo simbólico. Lucas divide la vida de Moisés en tres períodos de cuarenta años (Hch 7,23 y 7,30); hace referencia a los cuarenta años del reinado de Saúl (Hch 13,21); y a los cuarenta días de la Ascensión (Hch 1, 3).
Estos cuarenta días podrían, entonces, considerarse como ese «hoy» del que habla la Carta a los Hebreos al referirse al Sal 94, como ese «tiempo propicio» para escuchar la voz de Dios y no endurecer el corazón.
En efecto, nuestra relación con Dios necesita no sólo de un «espacio» adecuado (el desierto como lugar de silencio), sino también de un «tiempo» oportuno y concreto, «suficiente» para escuchar, a través de nuestra conciencia, su voz de Padre que corrige y consuela a la vez.
El ayuno
Junto con el desierto y la oración, el ayuno parece ser una de las mediaciones privilegiadas de todo tiempo penitencial, de revisión de vida y de búsqueda sincera de Dios. Por eso, como hemos visto al referirnos al desierto, generalmente van unidos. Todos los que se retiran al desierto para encontrarse con Dios, ayunan.
Sin embargo, los profetas Joel e Isaías nos indican el verdadero sentido de esta antigua práctica penitencial:
… Vuelvan a mí de todo corazón, con ayuno, llantos y lamentos. Desgarren su corazón y no sus vestiduras, y vuelvan al Señor, su Dios. (Joel 2, 12-18)
Este es el ayuno que yo amo, oráculo del Señor: soltar las cadenas injustas, desatar los lazos del yugo, dejar en libertad a los oprimidos y romper todos los yugos; compartir tu pan con el hambriento y albergar a los pobres sin techo; cubrir al que veas desnudo… (Isaías 58, 6-9)
A la luz de sus palabras, comprendemos por qué, con el tiempo, el ayuno como abstención de comida ha cedido lugar al ayuno como símbolo y expresión de una renuncia a todo aquello que nos impide realizar en nosotros el proyecto de Dios, invitándonos a transformarlo en un gesto de solidaridad efectiva con los que pasan hambre (es decir, ayunan forzosamente), trabajando por la eliminación de toda injusticia en la vida personal y social, y por la liberación de toda opresión, explotación y corrupción.
Naturalmente, sería más fácil limitarnos a «cumplir» con el ayuno de alimentos propuesto por la Iglesia. Pero necesitamos descubrir esos «otros» ayunos como medio adecuado para cambiar lo que más nos cuesta. Tal vez se trate de hablar menos, de hacer menos gastos superfluos, de perder menos tiempo frente al televisor para entregarlo a alguien que necesite nuestra asistencia, etc.
Por eso el ayuno tiene que ir unido a la limosna, al gesto caritativo, que es también una acción preferencial de la Cuaresma, según la tradición cristiana. Si ayunáramos sólo para sufrir o demostrar que somos fuertes, estaríamos desvirtuando su verdadera finalidad.