Homilía: XI Domingo del Tiempo Ordinario
HOMILÍA: XI DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO
Ciclo A Ex 19, 2-6; Rom 5, 6-11; Mt 9, 36 – 10, 8.
“Rueguen, por lo tanto, al dueño de la mies que envíe trabajadores a sus campos” (Mt 9, 38).
In láake’ex ka t’aane’ex ich maaya kin tsikike’ex yéetel ki’imak óolal. Nojoch méek’ ti’ tu láakal le tatatsilo’ob tiolal u k’iinil bejla’e’. Payalchino’on ti’ te’ex yéetel xan ti’ tu láakal le tatatsilo’on kiimeno’ob. Le martesa’ kinbensik u yáax ja’ab úuchil u kiinsa’alo’ob sacerdotes Jesuitas, le k’iino’ yaan u juumo’ob campanas ti iglesia u láakal México tres de la tarde, tu’ux t’aanik tu láakal máako’ob u ti’al u meyaj yóojlal jéets’óolal yéetel p’iis óolal. Le Ma’alob Péektsil bejla’e’ ku ya’alik ti’ to’on ka’a paayalchi’inako’on ka yanak ya’ab máako’ob ku biiso’ob u Ki’ili’ich T’aanil Yuumtsil.
Muy queridos hermanos y hermanas, les saludo con el afecto de siempre y les deseo todo bien en el Señor, en este domingo decimoprimero del Tiempo Ordinario.
Un saludo muy especial para todos los papás, pues hoy celebramos el “Día del Padre”, y hemos de ser agradecidos con el varón que, unido a nuestra madre, fue el medio por el cual nuestro Señor nos trajo a este mundo.
Felicitamos a todos los que han sabido ser responsables con sus hijos, y se han esforzado, no sólo por llevar a la mesa el pan de cada día, sino para ofrecerles una formación integral, abarcando los distintos valores, sin descuidar la enseñanza y el testimonio de la fe. Nunca ha sido fácil ser un buen padre, pero los tiempos actuales son aún más adversos, ya que con facilidad quienes están detrás de las redes sociales y de los medios de comunicación pueden intentar y lograr manipular el pensamiento de sus hijos.
No se desanimen en su tarea de alimentar, junto con su esposa, el espíritu de sus hijos. Llénense de Dios y de su gracia y verán que, con la oración, la Palabra y los sacramentos, les será más llevadera y atinada la tarea educativa.
Papás, en este día rezamos por ustedes, y ofrecemos con nuestros sacerdotes las Eucaristías de este domingo, pidiendo por el eterno descanso para quienes ya han partido de este mundo. Hijos, no importa la edad que tengan, respeten siempre a su padre, cuiden de él en su enfermedad o ancianidad, así tendrán una gran recompensa de nuestro buen Padre del cielo.
Este próximo martes 20 de junio, se cumplirá el primer año del asesinato de los dos sacerdotes Jesuitas, Joaquín Mora y Javier Campos, en la región Tarahumara, por lo tanto, en ese día a las tres de la tarde sonarán las campanas de todos los templos en México, en señal de duelo, pero también como un llamado a construir la paz y la justicia en nuestra Patria.
La tarea es de todos, pero roguemos por los que se dedican a la violencia y al crimen para que se arrepientan ante Dios; roguemos por los familiares de las víctimas, para que encuentren consuelo y esperanza en su fe, rechazando el deseo de venganza; roguemos por nuestros gobernantes en todos los niveles, que son los primeros responsables en la construcción de la paz. Nuestra intención de esta Eucaristía es en favor de la paz.
Hoy el santo evangelio según san Mateo, nos relata la primera misión a la que Jesús envió a sus apóstoles. Primero nos narra la sensibilidad de Jesús al contemplar a las multitudes, de las que se compadecía porque andaban como ovejas sin pastor. ¿Qué sentirá el Señor ante las multitudes de hoy? En la actualidad hay mucha gente alejada de Dios, para los cuales Dios tiene poco o nada qué ver sobre sus pensamientos, decisiones, palabras y acciones, debido a que lo han hecho totalmente a un lado de sus vidas.
Es necesario que sintamos con Jesús, y que las multitudes extenuadas y desamparadas nos muevan el corazón a todos los que pretendemos ser cercanos a los sentimientos del Señor. Es indispensable huir del individualismo que nos lleva a encerrarnos en nuestro pequeño mundo. El Señor nos llama a ensanchar nuestro corazón y a sentir junto con él atendiendo a las multitudes.
Inculquemos en los niños y en los jóvenes esta sensibilidad de Jesús. Claro está que, en primer lugar, los pastores del pueblo de Dios, los obispos, sacerdotes y diáconos somos los primeros llamados a sentir con Jesús, y junto con nosotros todos los consagrados, consagradas y laicos comprometidos, debemos fomentar esta actitud hacia los demás.
Seamos como Jesús, que no condena a las multitudes, sino que se compadece de ellas. Puede haber personas, muy cristianas, pero satisfechas de sí mismas, que no se preocupan de las multitudes alejadas, extenuadas y desamparadas, sino que, por el contrario, se sienten con derecho a juzgarlas por encontrarse lejos de Dios. Al sacerdote se le ha llamado “pontífice”, y esta palabra significa “puente”, pues con su vida y ministerio sirve al encuentro entre Dios y los hombres. Además, cada bautizado también puede constituirse como un puente que sirva de conexión. Cuidado, pues, con nuestro modo de vivir y con nuestras actitudes de indiferencia o rechazo, ya que lejos de ser puentes, podríamos convertirnos en brechas que alejan de Dios.
Jesús comparte con sus discípulos de aquel entonces, y también con nosotros, sus discípulos de hoy, su solicitud por los que andan como ovejas sin pastor, diciéndonos: “La cosecha es mucha y los trabajadores, pocos. Rueguen, por lo tanto, al dueño de la mies que envíe trabajadores a sus campos” (Mt 9, 37-38). Además de unirnos todos a los sentimientos de Jesús el Buen Pastor, él nos invita a sumarnos a la oración dirigida al Dueño de la mies, para que envíe trabajadores a la misma. Pidamos para que algún día no muy lejano, podamos ver repleto nuestro Seminario de Yucatán, con jóvenes enamorados de Cristo y de su Iglesia.
Oremos para que todas las congregaciones religiosas, pero especialmente las que se encuentran presentes en nuestra Arquidiócesis, para que puedan llevar a sus casas de formación a muchas jóvenes yucatecas decididas a seguir a Cristo en el servicio a sus hermanos. Para que otras congregaciones crezcan tanto, que puedan aceptar nuestra invitación a sumarse a la obra evangelizadora de la Iglesia de Yucatán. Para que nuestras parroquias tengan tantos laicos comprometidos, que cada vez haya más diáconos permanentes, ministros y catequistas suficientes, y así no falten evangelizadores en las más remotas comunidades.
Ahora bien, ¿cómo se habrían preparado los apóstoles para poder ir a esta primera misión?, ¿qué tan seguros se sentirían? Hay gente que pasa por muchos cursos de preparación y nunca se anima al apostolado. Realmente creo que los apóstoles se deben haber sentido un poco nerviosos por su primera misión, ya que ninguno de ellos tenía suficiente preparación, sin embargo, confiaron en el Señor que los enviaba. Ellos se prepararon conviviendo con Jesús a tiempo completo, teniendo quizá en ese momento cuando mucho, un año de formación en torno a Jesús, escuchándolo y viendo sus actitudes de Buen Pastor.
Sobre todo, confiaron en que el Señor completaría lo que ellos solamente iban a despertar, es decir, invitar a creer en la misericordia de Dios, para que se acercara la gente con confianza. No los envió Jesús con la espada desenvainada para condenar a nadie, sino para curar el cuerpo y el alma de cuantos los escucharan. Es una experiencia inigualable el saber que eres enviado y que vas en nombre del Señor, para transmitir su amor y su bondad.
Veamos también lo que el Señor le dijo a su pueblo en la primera lectura, tomada del Libro del Éxodo. Le dice: “Ustedes serán para mí un reino de sacerdotes y una nación consagrada” (Ex 19, 6). Esto se lo dice a todos los miembros del pueblo, no a la casta sacerdotal. Si eso se lo dice al pueblo del Antiguo Testamento, más aún nos lo va a decir a nosotros, a todos ustedes hermanos y hermanas, quienes, por el Bautismo, somos su Pueblo en Cristo, en esta Nueva Alianza. Ustedes, cristianos del siglo XXI, son para el Señor un reino de sacerdotes y una nación consagrada.
¿Qué se espera de ti?, ¿qué se espera de cada uno de ustedes como sacerdotes de Cristo, como consagrados del Señor por el Bautismo? Se espera que consideres sagrado todo lo que tocas y todo lo que haces, pues como verdadero sacerdote, todo tu ser y todo tu quehacer lo puedes consagrar ofreciéndolo al Señor, aunque nadie más se entere.
¡Sea alabado Jesucristo!
+ Gustavo Rodríguez Vega
Arzobispo de Yucatán