II Domingo de Pascua de la Divina Misericordia
HOMILÍA
II DOMINGO DE PASCUA DE LA DIVINA MISERICORDIA Ciclo A
Hch 2, 42-47; 1 Pe 1, 3-9; Jn 20, 19-31.
“¡Señor mío y Dios mío!” (Jn 20, 28).
In láake’ex ka t’aane’ex ich maaya, kin tsikike’ex yéetel ki’imak óolal. Bejla’e ku k’ala u waxak p’éel kiinilo’ob ti’ Pascua yéetel u kiinil Yuumtsil ti’ Misericordia. Te’ Ma’alo’ob Péektsilo’ ku ya’alik to’on u ka’a p’éel ku yéesikbá le Ka’a Púut Kuxtalo’, le ti’e’ ka’a úuchi’ te’ tu yáax kiinil ka púut kuxtaló, lelá úuchi u ti’al Tomás.
Muy queridos hermanas y hermanos, les saludo con el afecto de siempre y les deseo todo bien en el Señor, en este domingo solemne con el que cerramos la Octava de la Pascua y celebramos a Jesús Misericordioso. Un saludo especial para el párroco y los fieles de la comunidad del Señor de la Divina Misericordia.
Cuando el Papa san Juan Pablo II canonizó en el año 2000 a santa María Faustina Kowalska, las revelaciones que ella recibió entre 1925 y 1938 del Señor de la Misericordia, mismas que fueron cuestionadas durante años, recibieron el máximo respaldo de la jerarquía de la Iglesia, aunque el apoyo inició desde que en 1993 se estableció el segundo domingo de Pascua para celebrar al Señor de la Misericordia, animando así a practicar el rezo de la coronilla de la misericordia.
Al principio, el director espiritual le mandó a sor Faustina someterse a tratamiento psiquiátrico, el cual aceptó y salió declarada completamente sana. Desde ahí sor Faustina tuvo todo el apoyo de su director espiritual. Físicamente tuvo que lidiar con la tuberculosis que la afectó durante años. Tampoco fue fácil la fundación de una nueva congregación contemplativa de la Divina Misericordia.
La imagen de Jesús Misericordioso representa al Señor, tal como ella lo veía en su contemplación, por lo que algunos buenos pintores tuvieron la tarea de plasmar la santa imagen, que el mismo Jesús le pidió a Faustina dar a venerar.
En 1935, Faustina escribió que el propósito de las oraciones de la coronilla por la misericordia es triple: Obtener misericordia, confiar en la misericordia de Cristo y mostrar misericordia a los demás. Yo estoy convencido de que el que no muestra misericordia hacia su prójimo, realmente no ha entendido esta devoción, ni la ha seguido puntualmente en su verdadero espíritu. Recordemos que el mismo Jesús dice en el santo evangelio, que quien no muestre misericordia a su prójimo, no alcanzará la misericordia de Dios, por lo que nos manda diciendo: “Sean misericordiosos, así como el Padre de ustedes es misericordioso” (Lc 6, 36).
Todos los escritos de santa Faustina están bajo estudio, y sería de esperar que pronto fuera declarada Doctora de la Iglesia. No cabe duda de que Dios nos está bendiciendo con el carisma femenino de nuestras santas, en un tiempo que el Espíritu nos mueve a dar más y más, su lugar a la mujer, en la Iglesia y en la sociedad.
El ideal de cómo debe vivir la Iglesia se ve reflejado en la primera lectura, pues formaban una comunidad donde “eran constantes en escuchar la enseñanza de los Apóstoles, en la comunión fraterna, en la fracción del pan (es decir, en las misas) y en las oraciones” (Hch 2, 42). Siempre ha habido conventos y seminarios donde pervive el estilo de vida de esta Iglesia primitiva. La novedad de hace algunos cincuenta años para acá, es que también se han formado comunidades laicales que alimentan su fe de la misma manera. No dudo que haya familias que vivan como verdaderas iglesias domésticas, escuchando las enseñanzas de sus pastores, esforzándose por vivir la comunión fraterna, asistiendo a las eucaristías o siguiéndolas por las redes, haciendo comuniones espirituales, perseverando así en la oración.
El texto nos habla también de que los cristianos de la Iglesia primitiva tenían todo en común, y que cada uno recibía de acuerdo a sus necesidades. A lo largo de estos veinte siglos, la comunidad cristiana ha expresado su fe, compartiendo con los necesitados. A parte de las comunidades religiosas, existen varias comunidades laicales las cuales están muy atentas a compartir para que a nadie le falte lo necesario para una vida digna. Además, necesitaríamos muchas hojas y tinta para hablar de las obras de caridad de la Iglesia en el mundo entero, y aquí mismo en Yucatán.
En la Primera Carta de san Pedro, nos dice hoy la segunda lectura, que la misericordia del Padre se ha manifestado en la resurrección de nuestro Señor Jesucristo, pues con ella “nos concedió renacer a la esperanza de una vida nueva” (1 Pe 1, 3). Luego san Pedro hace una exhortación al decir: “Por esta razón, alégrense, aun cuando ahora tengan que sufrir un poco por adversidades de toda clase, a fin de que su fe sea hallada digna de alabanza, gloria y honor, el día de la manifestación de Cristo” (1 Pe 1, 6-7). Así que, si nos lo proponemos, al pasar por alguna dura experiencia, podremos siempre mantener la alegría del a resurrección de Cristo.
La manifestación de la misericordia de Jesús se expresa de manera maravillosa en el santo evangelio de hoy, cuando el Resucitado aparece en medio de sus discípulos para ofrecerles su paz, no para regañarlos, ni para reprocharles su abandono y las negaciones de Pedro, sino para darles paz en su corazón convirtiéndolos en mensajeros de paz, dándoles autoridad para que ellos perdonen los pecados en su nombre.
El perdón de los pecados es la misericordia de Jesús extendida hasta nosotros hoy en día, ordinariamente a través de la confesión con el sacerdote, que debemos realizar al menos una vez al año, y más frecuentemente, si queremos crecer en espiritualidad. Pongamos por ejemplo al beato Carlo Acutis, que murió a los 14 años, el cual, desde que hizo la Primera Comunión, no dejó de comulgar un solo día de su corta existencia, además de que se confesaba semanalmente.
Una semana después, el primer día de la semana, Jesús se aparece en medio de sus discípulos y les vuelve a ofrecer misericordiosamente su paz, en especial a Tomás, quien no les había creído a sus hermanos el testimonio de la resurrección de Cristo. Cuando Jesús invita a Tomás a ver sus llagas y a meter su mano en su costado abierto, invitándolo a creer, Tomás expresa su fe aclamando: “Señor mío y Dios mío” (Jn 20, 28). Sus ojos carnales miraron al Resucitado pero los ojos de la fe le permitieron ver a su Dios. ¡Cuánta misericordia de Jesús con Tomás!
Tomás no vio al resucitado por no estar reunido con la comunidad de los discípulos. Si nosotros nos apartamos de la comunidad cristiana nos perderemos la visión de Cristo y nuestra fe se debilitará. Por eso no conviene que nos apartemos.
Desde entonces llamamos domingo al primer día de la semana, porque es el “Día del Señor”. Hay varias comunidades en parroquias con múltiples comisarías, donde el sacerdote no les puede visitar en el domingo, sino algún otro día. Yo les sigo exhortando para que no dejen de reunirse los domingos en sus capillas para tener al menos una celebración de la Palabra y/o un momento de oración comunitaria.
Desde la resurrección de Cristo, la Eucaristía es el sacramento por excelencia para el encuentro real con él.
Que tengan todos una muy feliz semana. ¡Sea alabado Jesucristo Resucitado!
+ Gustavo Rodríguez Vega
Arzobispo de Yucatán