Entre lo cotidiano y lo inédito
Entre lo cotidiano y lo inédito
Las mejores tutoras y maestras
Por Gínder PERAZA KUMÁN.
El clima entre azul y buenas noches que dominaba en Dzilam González por estos días poscarnavalescos era propicio para visitar a nuestras familias, sobre todo a los Peraza y los Martín, con quienes siempre hay temas interesantes o aleccionadores para armar una buena plática.
En los últimos días hablamos de personajes de la familia que nos han dado muy útiles comentarios o informaciones para reflexionar y tomar ejemplo. Un día hablábamos de, entre otros, el buen Fernando, cuya preferencia sexual generaba cierto rechazo de algunas personas, tanto de su propia familia como de otras personas del pueblo.
Nadie veía en Fernando cualidades para imitar, pero el tiempo demostró que él valía mucho, pues de entre cinco hermanos –tres mujeres, una de las cuales falleció prematuramente, y dos varones–, Nando fue quien tuvo el valor para dedicar su vida y vivir para servir a su enferma madre hasta los últimos días, hasta que Dios quiso llevarse a la señora a su Reino. Todos vimos cómo emergió de su casa y de su encierro el joven Martín, quién volvió a saludar y sonreír, ya seguro de que había cumplido con una obligación moral y familiar que en la actualidad muchos quisieran omitir u olvidar.
Más gusto nos dio conversar sobre la tía Julia y su hija Ceci –así le dicen todos, aunque su papá siempre busca aclarar que el nombre con que la bautizaron es Ángela–, quienes formaron un dúo muy dinámico, con el que demostraron ser excelentes tutoras y/o maestras, que a lo largo de casi tres décadas se encargaron de cuidar, alimentar y aconsejar a varias de las nietas de doña Julia, que a la vez son sobrinas de Ceci.
Ceci sufrió de chica el ataque de la polio, mal que le afectó las piernas pero nunca pudo manchar su corazón, y ella creció, hasta los 50 años que tiene ahora, prodigando amor, dando sus alimentos y aconsejando a varias de sus sobrinas, una de las cuales ya es profesionista: maestra de primaria egresada de la Escuela Normal de Dzidzantún.
A lo largo de los años y gracias al cuidado de sus papás Julia y Eliseo, las piernas de la joven Martín Dzib tuvieron una mejoría que, aunque muchos no lo pudiesen creer, permitía a la muchacha vestir, bañar, y cuidar en general a sus sobrinas, lo que daba a éstas la oportunidad de estudiar la primaria y hasta la secundaria, a pesar de que no contaban con su mamá, porque ésta salía a trabajar (todas eran maestras) igual que el papá (éste en las labores del campo o del mar).
Las niñas eran dejadas desde temprana hora en casa de tía Julia y tía Ceci, y ahí desayunaban, desde ahí las llevaban a la escuela, de donde regresaban poco después del mediodía para el almuerzo y esperar a sus mamás, que al salir de sus clases pasaban por las pequeñas para vivir juntas el resto del día.
Por el “aula”, el comedor, la sala y demás partes de la casa de las dos cuidadoras pasaron importantes años formativos las hermanas Galilea y Aremy, Amayrani y Melanie, Mirel y Marisa. Esta última está estudiando actualmente en la Normal de Dzidzantún.
Podemos asegurar que en casa de doña Julia y Ceci casi todo eran sonrisas y juegos, aunque no faltaron algunos malentendidos, ciertos comentarios que molestaban a alguna o algunas, chismes que luego afortunadamente terminaban en el basurero, aunque a veces enfriaban la relación entre las dos esforzadas y cariñosas mujeres y las tres trabajadoras damas que tenían como nueras y cuñadas, respectivamente. (A la fecha sólo falta casar a Daniel, y esperamos ver eso pronto, pues una joven y bella morena ya ha flechado al menor de los hermanos Martín Dzib.)
Cómo colofón podemos afirmar, porque lo hemos visto, que para cuidar a una niña o niño pequeños no hay mejor opción para una madre que trabaja que tener la suerte de contar con una abuela (mamá o suegra) o tía buenas, de las que ríen y lloran al dar amor a los retoños de sus hijos o hijas, sobrinas o sobrinos.