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ORACIÓN: “PADRE: ¡SÁCAME DE LA PRISIÓN, PARA QUE ALABE TU NOMBRE!” ¡OREMOS AL SEÑOR! ¡SEÑOR, TEN PIEDAD!

ORACIÓN: “PADRE: ¡SÁCAME DE LA PRISIÓN, PARA QUE ALABE TU NOMBRE!” ¡OREMOS AL SEÑOR! ¡SEÑOR, TEN PIEDAD!

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ORACIÓN: “PADRE: ¡SÁCAME DE LA PRISIÓN, PARA QUE ALABE TU NOMBRE!” ¡OREMOS AL SEÑOR! ¡SEÑOR, TEN PIEDAD!

Este sueño de estas escasas horas nos ha llevado a pensar en lo que, muchos de nuestros hermanos y amigos nos comentan que se encuentran bloqueados, presos de su corta imaginación, de su pobreza en ideas e ideales, cautivos en la miseria de su mente por lo limitado de su economía, deseosos de salir adelante, pero presos de sus temores y de sus costumbres inmutables.

En fin, son tantas sus quejas, son tantos sus quebrantos, son tantas sus aflicciones, que, a nuestro equipo virtual de oración, lo sacude, lo mueve y lo obliga a presentártelo para que Tú seas quien les envíe por nuestro medio la solución más sabia y acertada y así puedan liberarse y respirar aires de libertad.

Fue justo la tarde de ayer cuando en el servicio de Vísperas, cantando el Salmo 142:7, proclamábamos: “¡Sácame de la prisión, para que alabe yo Tu Nombre!”

En ese momento, Padre Santísimo, creímos que en este salmo nos mostrabas la solución infalible a estas vivencias de tantos prisioneros, que no encuentran la salida a la libertad y así respirar a pulmón abierto ese aire que nutre, que vivifica, que reanima, que inspira y que nos pone en la plataforma del despegue para que, volando hacia Ti, vean desde las alturas que la libertad la tienen tan cerca de ellos, pero la pobreza de su mente los tiene atados con gruesas cadenas, por no tener LA MENTE DE CRISTO.

Padre Santísimo: ¿Quién puede acceder a Tus pensamientos, a Tus planes, a Tus sorpresas, a Tus proyectos tan llenos de grandeza, de amor y de poder? ¿Quién con una mente subyugada, podrá remontarse a las alturas y contemplar Tu inmensa riqueza que para nosotros tienes dispuesta? La vida rutinaria acostumbrada a repetir lo mismo inoperante del ayer es la que ocasiona este bloqueo, este estancamiento, esta miseria y este terrible malestar.

Solo podrán ser exitosos los que se atreven a romper esas cadenas y esa cárcel que les ha cortado la inspiración y los mantiene acorralados en la miseria inhumana e indigna de Tus Hijos, oh, Padre de Toda bondad. Estos hermanos y amigos del alma, sin importarles su edad, la enfermedad, las circunstancias, las incertidumbres, las angustias, la pobreza generalizada, la impotencia de las mayorías y el desaliento generalizado merecen tener a su disposición Tu divina energía y así atreverse a abandonar esa maldita prisión, para tener LA MENTE DIVINA DE CRISTO.

¡Solamente teniendo la mente de Cristo hay salvación de todo! Justamente para ello lo has enviado, Padre Santísimo, para que, viéndole vivir, actuar, orar y hablar, aprendiéramos de Él, quien es nuestro modelo a seguir. Él es el Nuevo Adán y en Él debemos configurar nuestra mente, nuestro nuevo modo de actuar y de hablar.

El Espíritu Santo nos cuestiona sabiamente: “… ¿quién ha conocido la mente del Señor para que pueda instruirlo?». Nosotros, por nuestra parte, tenemos la mente de Cristo.” (1a. Corintios 2:16). Es por ello que, si en verdad queremos tener libertad y excelente modo de vivir, vamos a abandonar el ayer y su actuación; el pasado tan pesado que nos trajo solo quebrantos, penas e ignominia, debemos arrojarlo. Escuchemos la voz del Espíritu Santo: “¡Voy a hacer algo nuevo! Ya está sucediendo, ¿no se dan cuenta?

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Estoy abriendo un camino en el desierto y ríos en lugares desolados. Me honran los animales salvajes, los chacales y los avestruces; Yo hago brotar agua en el desierto, ríos en lugares desolados, para dar de beber a mi pueblo escogido, al pueblo que formé para Mí mismo, para que proclame mi alabanza.” (Isaías 43: 19-21).

¡Gracias, Padre Santísimo! Estas Palabras de resurrección harán que nuestros hermanos y amigos vean en ellos la tremenda posibilidad de ser esos seres afortunados donde lo árido, desértico y ruin del ayer, se convierta hoy mismo en todo un vergel florido y de grandes esperanzas. Amén.

P. Cosme Andrade Sánchez+


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