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Homilía Arzobispo de Yucatán – Domingo dentro de la Octava de Navidad, La Sagrada Familia, Ciclo B

Homilía Arzobispo de Yucatán – Domingo dentro de la Octava de Navidad, La Sagrada Familia, Ciclo B

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Homilía Arzobispo de Yucatán – Domingo dentro de la Octava de Navidad, La Sagrada Familia, Ciclo B

Homilía Arzobispo de Yucatán en lo que respecta la octava Navidad, La Sagrada Familia, Ciclo B.

Muy queridos hermanos y hermanas, les saludo con el afecto de siempre en este domingo, día último del año y fiesta de la Sagrada Familia.

Homilía Arzobispo de Yucatán-– Domingo dentro de la Octava de Navidad

El pasaje de la primera lectura, tomado del libro del Sirácide, nos especifica el significado y alcance del cuarto mandamiento de la ley de Dios, que dice, “honrarás a tu padre y a tu madre”; esto es, obedecerlos y respetarlos en todo. También se anuncia una recompensa a quien lo haga: “Quedará limpio de sus pecados… encontrará alegría en sus hijos… su oración será escuchada” (Sir 3, 3-7).

En la antigüedad las familias eran muy numerosas y siempre había quien cuidara a los padres en su vejez, pero hoy en día, con familias pequeñas, hay muchos abuelos abandonados. Dios nos pedirá cuenta de estos padres y de cada una de sus lágrimas. Es triste también que los hijos se echen uno a otro la responsabilidad de cuidar de sus padres, y cada uno habla del gran número de ocupaciones y responsabilidades que tiene. Quienes con alegría y decisión generosa se esfuerzan por atender con cariño a sus padres, tendrán un tesoro en el cielo.

El salmo 127

Nos dice que el hombre que teme al Señor será recompensado en su familia. Temer a Dios no significa tenerle miedo, sino darse cuenta de su grandeza y omnipotencia, alabándolo y dando gracias cada día. Cuando el padre y la madre son religiosos sus hijos también lo son, y esa es su mejor herencia. Este pasaje suele leerse en la celebración de los matrimonios y es útil para que quienes se casan tengan siempre la intención cristiana de fundar una familia donde se bendiga el nombre de Dios.

San Pablo, en su Carta a los Colonenses, nos dice que la convivencia familiar implica saber soportarnos y perdonarnos, porque, aunque nos amemos, es natural que nos molestemos unos con otros con frecuencia. Ahora que se busca la paridad de derechos entre el hombre y la mujer, nos puede parecer equivocado que el apóstol diga que las mujeres deban respetar a sus maridos, pero también dice que los maridos deben amar a sus mujeres. En todo caso, el diálogo conducido en el amor todo lo puede resolver. La obediencia de los hijos a los padres nunca pasará de moda, porque no es una moda, sino un valor fundamental para la unidad de la familia. Mientras los hijos vivan en casa sujétense a la autoridad de sus padres, como también lo manda san Pablo.

Hoy por hoy, muchos padres consienten de más a sus hijos, y esto los puede volver egoístas, sin ningún compromiso hacia los demás. Los padres que enseñan a sus hijos a obedecer, a tomar parte en los quehaceres del hogar, están formando buenos cristianos y buenos ciudadanos, además de que así encontrarán con más facilidad quien los proteja en su ancianidad.

El santo evangelio según san Lucas

Nos trae la presentación del Niño Jesús en el templo. José y María, así como eran cumplidores de la ley civil, con mayor razón eran obedientes a las leyes religiosas, que mandaban presentar al hijo primogénito a los cuarenta días de nacido y pagar para rescatarlo “un par de tórtolas o dos pichones”. Los niños judíos puntualmente eran circuncidados a los ocho días de nacidos, momento en el cual se les imponía el nombre, y los primogénitos eran presentados a los cuarenta días en el templo para rescatarlos presentando un sacrificio.

En cambio, en la actualidad, muchos padres de familia están tardando en llevar a sus niños a la pila bautismal. Ojalá que todos volvieran a la sana costumbre de bautizar a sus hijos a los pocos días de nacidos, sin preocuparse tanto del festejo y de las posibilidades del padrino.

En medio de la multitud reunida en el templo de Jerusalén, nadie le daba importancia a aquellos humildes esposos y a su Niño. Sólo dos ancianos movidos por el Espíritu Santo se acercan al templo en aquel preciso momento; uno de ellos, llamado Simeón, tomó en brazos al Niño alabando a Dios para luego profetizar que aquel pequeño sería un signo de contradicción, y que una espada de dolor atravesaría el alma de María. Ojalá que nosotros también tengamos el valor de ser signo de contradicción, viviendo auténticamente con nuestra fe, sin pretender quedar bien con todos.

La anciana se llamaba Ana y era viuda, pues estuvo siete años casada, y era una verdadera mujer contemplativa, la cual llevaba ya unos sesenta años dedicada a la oración en el templo. Ella revelaba a la multitud quién era aquel Niño, aunque todos la ignoraban. Algunos creen que la vida de oración contemplativa es inútil y que los contemplativos no aportan nada a Iglesia ni a la sociedad. Sólo desde la fe se puede valorar con justicia esta vocación. Los ancianos son auténticamente sabios si llevan una vida de oración, que los llenará de alegría y les dará sentido a su vida.

Dice el Evangelio

Que “el Niño iba creciendo y fortaleciéndose, se llenaba de sabiduría y la gracia de Dios estaba con Él” (Lc 2, 40). No nos cansemos de valorar a nuestras familias, así como Jesús nos mostró durante treinta años el Evangelio de la Familia. El Niño Dios tuvo la humildad de dejarse educar por María y José. Ojalá que todos los niños, adolescentes y jóvenes sean humildes para dejarse gobernar por sus padres. Solo la humildad puede mantener unidos a los esposos y a los hijos con sus padres.

Que tengan un feliz año, aceptando cada día de buena gana la voluntad del Señor. ¡Sea alabado Jesucristo!

Gustavo Rodríguez Vega

Arzobispo de Yucatán


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