ORACIÓN: “Los justos claman, y el Señor los escucha; los libra de todas sus angustias.” (Salmo 34:17).
Te saludamos muy agradecidos, ¡Padre Santísimo! ¡Bendito seas, por esta noche lluviosa, que nos habla de Tu gran bondad! Los justificados por la Sangre de Tu Hijo Amado, hemos clamado que, a nuestro país, le envíes lluvia, aunque sea invernal y, nos la has dado por muchas horas de esta noche bendita. Es angustiante y doloroso no tener la bendición de las lluvias, porque toda la creación lo sufre, ya que presagia escasez, encarecimiento de todos los alimentos, agotamiento de los manantiales, de los ríos, de las lagunas, de las presas, del suministro eléctrico, del agua potable, etc., etc.
Indudablemente que, con estas calamidades, nos estás enseñando a depender de Tu mano providente y espléndida. ¡Nos haces recordar la voz infalible del Espíritu Santo! “… puesto que en Él vivimos, nos movemos y existimos”. (Como algunos de sus propios poetas han dicho): “¡De Él somos descendientes!” (Hechos 17: 28). El orgullo de nuestra humanidad siempre ha tendido a ser autosuficiente y a no deberte nada, porque quiere UN MUNDO SIN DIOS, SIN PADRE, SIN MADRE Y JACTANCIOSO CON SU TECNOLOGÍA.
En cambio, los que estamos conscientes de que sin Ti nada somos, nada podemos, nada alcanzamos y nada logramos, nos enorgullecemos porque en Ti, gracias a Tu Hijo Amado, en Él, con Él y por Él, todo lo alcanzamos. Eso nos motiva a caer de rodillas agradecidos y elevar nuestra ofrenda, exclamando: “LO TUYO, DE LO TUYO, ¡LO OFRECEMOS POR TODO Y PARA TODOS! Y ES POR ESO QUE, ¡TE ALABAMOS, TE BENDECIMOS, TE DAMOS GRACIAS, SEÑOR, Y A TI SUPLICAMOS, ¡OH, DIOS NUESTRO!”
Las angustias, los temores, los quebrantos, las lágrimas, los dolores, las penas, las calamidades, Padre Bendito, por el clamor del corazón de Tus hijos, desaparecen, la fortaleza se hace presente en medio de la incertidumbre que embarga a los que ni creen, ni confían ni esperan en el Salvador que a todos nos has enviado. Se hacen sordos ante el poder de Tu Palabra de Vida, de resurgimiento, de liberación y de esperanza.
Es la consoladora y alentadora voz del Espíritu Santo la que nos inspira y mueve: “Los justos claman, y el Señor los escucha; los libra de todas sus angustias. El Señor está cerca de los quebrantados de corazón y salva a los que están contritos de espíritu”. Ese mensaje divino nos da la fortaleza y nos hace exclamar con la firmeza de la fe: “¡TODO LO PODEMOS EN CRISTO QUE NOS FORTALECE!” (Filipenses 4:13).
¡Qué pena nos da la ignorancia de muchísimos de nuestros hermanos que se debaten en medio del dolor, pero que cierran sus oídos a Tu divina enseñanza, única que les puede levantar y dignificar! No sin razón nos proclama el Espíritu Santo: “¡Mi pueblo fue destruido por falta de conocimiento!” (Oseas 4:6).
Padre Santísimo: este momento de Tu presencia nos impulsa a hacer hasta lo imposible por enseñar oportuna e inoportunamente; a tiempo y fuera de él; con ocasión y sin ella lo excelso y maravilloso del poder de Tu Palabra, acercando a muchos de nuestros hermanos al Divino Salvador para que, oyéndole, palpándole y viéndole, se convenzan de la nueva vida que en Él se respira, la nueva vida que de Él mana y unan sus voces de gratitud para que el resto fiel sea testigo viviente del poder del amor divino que hay en la Palabra de Vida.
¡Muchas gracias, Padre Amado, porque nuestra fe se ha inflamado y el gozo de la lluvia, nos asegura que Tu mano divina no se ha apartado de nosotros; que el amor por Tus hijos sigue en pie y nos infunde aliento, fortaleza, seguridad, paz y abundancia!
Nos retiramos con un ánimo lleno de regocijo y seguros de que, así como la lluvia ha continuado abundante, así es y será Tu gracia que nos hace exclamar con la misma voz del Espíritu Santo: “Cuando la ansiedad era grande dentro de mí, Tu consolación ¡me trajo alegría!” (Salmo 94: 19).
¡Bendito seas, Padre generoso y de inmensa bondad! Amén.
P. Cosme Andrade Sánchez+