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“Honestidad, siempre honestidad”

“Honestidad, siempre honestidad”

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Sin Titubeos

Creo que de entre todos los vicios humanos que nos rodean día a día, no hay uno más arraigado que el de la mentira. Y no sólo me refiero a esa falsedad que lastima y engaña a otras personas, la que genera fraudes millonarios o cualquier otra que tenga un alto impacto, porque esas son indudablemente malas y son condenadas por la ley humana y divina.

En este caso me refiero a esas mentiras pequeñas o “piadosas” que les decimos de manera cotidiana a los demás para no causarles un disgusto, o evitar hacer algo que tenemos que hacer, pero también me refiero a esas otras mentiras que nos decimos a nosotros mismos todos los días y que se terminan convirtiendo en nuestra realidad.

Es muy probable que usted recuerde aquella famosa película de Jim Carrey de los años noventa que en español se llamó “Mentiroso mentiroso”, en donde el protagonista era un reconocido abogado que usaba cualquier argumento, sea real o no, para ganar los casos. Era un profesional del engaño que mentía en 9 de cada 10 frases que decía. Su éxito, sus relaciones profesionales y sentimentales se cimentaban en falsedades. El argumento de la película ya lo conoce, un día su hijo pide como deseo que por un día su papá no pueda mentir, con lo que “Fletcher” (el protagonista de la película) por fin se da cuenta de que toda su vida se la ha pasado mintiendo a los demás, y que estos actos lastimaban a las personas que realmente lo querían.

Podría creer que esto es sólo ficción y que nadie puede ser como el protagonista de la historia, pero se sorprendería de saber que esto es en realidad mucho más común de lo que nos gustaría aceptar…más común de lo que el mundo puede tolerar.

Si al medio día hiciéramos el ejercicio de reflexionar cuántas veces hemos dicho con intención algo “impreciso” o que no concuerde con lo que estamos pensando en realidad, quizás nos daríamos cuenta que tenemos un pequeño Fletcher dentro de nosotros. Y lo interesante es que en la mayoría de los casos las mentiras que decimos son tan insignificantes o innecesarias que no tenía ningún sentido haberlas dicho, pero ya lo hacemos como un hábito difícil de erradicar.

Pero, ¿sabe por qué mentimos tanto? es simple: la mentira es hija directa de nuestra falta de confianza. Es descendiente de la inseguridad y de la ansiedad que sufrimos. Solemos mentir para quedar bien con los demás, para no tener problemas, aparentar que somos exitosos, responsables, alegres. Mentimos para conquistar a la persona que nos interesa o para cerrar negocios con los demás.

El 90% de las mentiras que decimos los adultos (ojo, esto es importante aclarar porque los niños mienten por otras razones) viene de la creencia de que decir la verdad no les ayudará o no es suficiente para lograr sus objetivos y además les ayuda a maquillar las carencias que tienen o creen tener. Esto da como resultado una sola cosa: en realidad a quien le estamos mintiendo no es a los demás, sino a nosotros mismos.

Déjeme le cuento un secreto: el poder vivir haciendo y diciendo las cosas que queremos hacer, de la manera como queremos hacerlo y tener la suficiente confianza de decir lo que no nos parezca de una manera propositiva, que no lastime a los demás y que sea enriquecedor, es el potencializador más importante de las personas.

Recuerde algo muy importante: la honestidad no nace cuando usted abre la boca, tiene su origen más adentro de uno mismo. Lo que expresan nuestros labios es el resultado de lo que tenemos en nuestra alma. Por lo tanto, si queremos practicar la honestidad, a la primera persona que debemos de dejar de mentirle es a uno mismo. Debemos vernos como somos, aceptar nuestros errores y fracasos de manera clara, para que podamos comenzar poco a poco a mejorar como personas.

En lugar de inventar cualquier mentira por llegar tarde, hay que aceptar que tenemos un problema de impuntualidad para trabajar en ello; en lugar de aceptar ideas que no nos gustan por temor a no ser aceptados, hay que ser sinceros con uno mismo, con nuestros gustos y pensamientos y ser inteligentes y empáticos para llegar a acuerdos que beneficien a todos.

La honestidad va más allá de decir la verdad, tiene que ver con cómo nos comportamos en público y en privado. Que seamos coherentes entre lo que pensamos y lo que decimos.

Y ya después de lanzarme todo esto texto que pretende ser de superación, y ya que hablamos de honestidad, déjeme decirle la verdad: suena bonito, pero es muy complicado. Cuando está de por medio nuestra dignidad, nuestra seguridad, posición social o económica, es cuando comienzas a darte cuenta de que necesitas mucho más que buenas intenciones y seguridad en uno mismo para ser honesto.

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Es frustrante querer hacer las cosas de manera correcta y sucumbir ante nuestros propios vicios. Caer una y otra vez en nuestros mismos errores a tal punto de que nos vemos al espejo y creemos que no vamos a cambiar nunca porque nuestros vicios nos superan. Sabe, muy a menudo nos arrepentimos (me arrepiento) de lo que dijimos o de lo que no hicimos.

Y sin embargo, quiero ser cien por ciento honesto y congruente conmigo mismo. Levantarme todos los días, sonreír a todo el mundo, disfrutar lo que hago todos los días y dormir lleno de satisfacción. Saber que hice lo mejor que pude y no defraudé a los que me rodean, con la esperanza de que al otro día tendré otra oportunidad para hacerlo mejor. Quizás, el día mañana que duerma de manera definitiva de este mundo, pueda verdaderamente descansar con una sonrisa sabiendo que no quedó nada de mi parte.

¿Es difícil ser congruente y honesto? ¡claro que lo es! pero no hay nada que valga más la pena en este mundo. Es difícil, por eso vale tanto, ya que si fuera fácil no habría ningún mérito por hacerlo.

Sea honesto, siempre honesto. Viva de acuerdo a lo que sus valores le dicen. Le acompañaré todo el tiempo que pueda en el camino, y seguro nos apoyaremos el uno en el otro, así cuando caiga, usted me pueda ayudar a levantarme. Le envío un abrazo…

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