La lucha es a muerte en la Naturaleza
Recuerdos y relatos rurales
Por Gínder Peraza Kumán
El gordo ayudante del comisario ejidal de Kanasín iba delante de nosotros cuatro. Después de él caminaba el funcionario ejidal, otro ayudante que se pegó al grupo porque no tenía nada que hacer, y cerrando la fila iba este tundeteclas, mucho más joven que ahora, desde luego. La intención del grupo era medir un terreno del ejido kanasinero que el reportero en ciernes planeaba comprar para desarrollar ahí un hermoso huerto.
Un campesino que iba delante del grupo les abría camino literalmente cortando la hierba con una coa, una herramienta de uso universal en Yucatán que servía tanto para cortar la maleza como para leñar, e incluso para escarbar pocetas a fin de sembrar desde árboles frutales hasta hijos de henequén. Era también a veces una especie de arma cotidiana para agredir a otros trabajadores del campo por algún lío que casi sin falta involucraba la propiedad de áreas agrícolas de uso común.
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Para medir el terreno era necesario localizar las mojoneras antiguas que lo marcaban formando cuadros de 20 por 20 metros (un mecate), medida que era, como todo el mundo aquí sabe, herencia de las matemáticas de los antiguos mayas, que tenía como base el número 20.
Decimos que el gordo ayudante iba como primero de la fila tratando de congraciarse con el comisario y con ello quizás asegurarse una buena propina. Pero antes de que eso pasara se llevó un susto.
Finalmente entre la maleza localizamos la última de las mojoneras que buscábamos, para verificar las dimensiones del terreno en compraventa. El ayudante gordo dejó ver amplia sonrisa cuando apareció la torrecilla de piedras, pero la alegría se le convirtió en una mueca cuando se dio cuenta de que ahí debajo de las piedras, de 40 por 40 centímetros, aproximadamente, y apoyada la primera sobre rocas redondas, había una serpiente enroscada, que a primera vista cualquiera podría haber confundido con una serpiente de cascabel.
Fue tal el espanto del ayudante, que pegó un brinco hacia atrás y prácticamente cayó sobre la gran barriga del comisario ejidal, quien de inmediato lo regañó por ser tan miedoso. “Ni siquiera es una cascabel, es una pobre ochcán (serpiente zorro, nombre compuesto en lengua maya, que intenta igualar la astucia con que supuestamente la zarigüeya o tlacuache [och] suple sus deficiencias para conseguir su alimento, como hace la boa (can en maya, aunque la palabra puede formar parte de cualquier sustantivo que se refiera a una víbora).
La verdad es que aunque uno pueda diferenciar atinadamente entre una ochcán o boa constrictor y una serpiente de cascabel, la primera reacción de cualquier persona sería alejarse del reptil, y ya de lejitos cerciorarse de qué animal es.
Aunque algunos animales –o quizá más bien la gran mayoría – de nuestras tierras yucatecas no son agresivos, sino más bien le temen al hombre, hay que tener muy en cuenta que los animales silvestres o salvajes así son: salvajes precisamente, así que nunca hay que confiarse demasiado en ellos. Un primo mío intentó agarrar a un iguano blanco, uno de esos reptiles típicos de estas tierras, que saben bien cómo defenderse, porque de lo contrario hace rato que hubieran desaparecido. Es evidente que saben usar las pocas o muchas habilidades que les dio la Madre Naturaleza, y prueba de esto es que aún viven como una especie hecha y derecha.
Antes de despedirnos les contaremos una última anécdota que evidencia hasta qué nivel de sacrificio están dispuestas a llegar las especies con tal de asegurar su supervivencia.
Ocurrió que un día el tío Elo llegó a su rancho El pedregal, en la Línea 50 (carretera que va de los exterrenos de la desaparecida procesadora de madera llamada El Tajo, a Yalsihón, municipio de Panabá), y vio a un iguano blanco y una serpiente –cuya especie no identificó– literalmente trabados en una pelea a muerte.
La víbora llevaba tragada la mitad del cuerpo del iguano, que parecía dispuesto a dar su vida con tal de acabar con el depredador de su especie (a los reptiles en general les encantan los huevos).
Los iguanos blancos tienen en todo el cuerpo una especie de púas que impiden o dificultan que ese reptil sea tragado “en sentido contrario”: si primero engulle la cabeza del iguano, lo demás del cuerpo entrará sin mayores dificultades. Pero si entra primero la punta de la cola, la culebra no solamente no podrá tragar a su presa, sino que estará en peligro de perder la vida cuando el iguano se finque con firmeza y pueda sacudirse y destrozar las vías digestivas de la serpiente.
El tío no quiso involucrarse en la pelea, dejando más bien que la Naturaleza resolviera por sí misma sus problemas.
Cuando el tío se retiró del rancho en la tarde los dos animales seguían en la misma posición. Igual fue lo que vio al día siguiente, pero al tercero sólo encontró a la culebra muerta…