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“Los niños pobres son los que más sufren las contradicciones entre una cultura que manda a consumir y una realidad que lo prohíbe” Eduardo Galeano

“Los niños pobres son los que más sufren las contradicciones entre una cultura que manda a consumir y una realidad que lo prohíbe” Eduardo Galeano

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“Los niños pobres son los que más sufren las contradicciones entre una cultura que manda a consumir y una realidad que lo prohíbe” Eduardo Galeano
Prospectiva

Tres semanas atrás se realizó en República Dominicana la XXVIII Cumbre Iberoamericana en la que participaron jefes de estado y gobierno de España, Portugal, América Latina y el caribe. Muy lejana está la primera cumbre, en 1991, realizada bajo la presidencia de Carlos Salinas de Gortari. En Guadalajara, Jalisco, se generó una propuesta que provocó que los países ahí representados asumieron compromisos a favor de la educación, la salud y la seguridad social.

A 32 años de distancia podemos afirmar, sin temor a equivocarnos, que el saldo de estas cumbres iberoamericanas ha sido paupérrimo. Muy lejos han estado las naciones involucradas en cumplir con los compromisos manifiestos en un documento signado por todos y cada uno de los participantes. Pensar que esta última cumbre cambiará las cosas sería pecar de ingenuo.

El pesimismo que me embarga, que imagino comparten muchos de nuestros lectores, nace de ese incumplimiento perenne que vez tras vez se convierte en hábito que demerita una reunión de esos alcances, con una agenda siempre ad oc a la problemática del momento, pero que nunca aterriza en políticas públicas  orientadas a atender esos compromisos.

En República Dominicana la agenda se centró en temas de particular relevancia: créditos, clima, seguridad alimentaria y brecha digital. Durante dos días jefes de estado y gobierno expresaron sus propuestas para atender estos temas que forman parte obligada de la agenda de cada uno de sus países.

Se dejó en claro que la balcanización latinoamericana está lejos de revertirse, por el contrario, se agudiza, lo que hace muy difícil lograr acuerdos en común no sólo por la heterogeneidad que priva en lo económico y social, sobre todo, por las enormes divergencias políticas que derivan de posturas ideológicas contrapuestas que hacen difícil lograr consensos e, incluso, aceptar los disensos.

No omito mencionar el manifiesto interés de España, en voz de Felipe VI, quien manifestó que “es momento de trabajo en común”. Por años la inversión española en nuestra región ha estado presente, sin embargo, en términos cuantitativos y cualitativos se ha reducido notablemente en comparación con el crecimiento de las inversiones realizadas por China. Por ello, el monarca español señaló que “es tiempo de entretejer nuevos lazos con Latinoamérica”.

En resumen, los 22 países miembros de esta comunidad iberoamericana dialogaron ampliamente pero no pudieron alcanzar los consensos para construir una nueva arquitectura financiera mundial, lo que impedirá que los cuatro países latinoamericanos que forman parte del Grupo de los 20, que se reunirá en el mes de julio en Bruselas, Bélgica, pueda presentar una propuesta en ese sentido.

No todo fue negativo. El saldo de la cumbre es favorable si consideramos que hubo acuerdos en tres de los cuatro temas aprobados: Carta medioambiental o pacto verde; Carta de principios de derechos digitales, y, tercero, la firma de un acuerdo que establece estrategias comunes en el tema de seguridad alimentaria.

“Ojo a las situaciones inesperadas. En ellas se encuentran a veces las grandes oportunidades” Joseph Pulitzer

Envueltos en la polarización, preocupados por la crisis económica, la inflación y por los riesgos derivados de la guerra en Ucrania que es parte de la geopolítica del siglo XXI, los seres humanos no tenemos tiempo para meditar sobre los cambios que trajo consigo la pandemia.

“La nueva normalidad” de la que tanto se habló en 2021 y 2022 en el contexto de la pandemia que nos golpeó en la cara y puso en evidencia nuestras flaquezas no es, para nada, un regreso a la etapa prepandémica, por el contrario, es una marcha acelerada hacia un futuro no diseñado por los futurólogos, lo científicos y los pragmáticos, los que, unos y otros, diseñan ese futuro a su libre albedrío.

Sigue viva la prospectiva, la ciencia que se dedica al estudio de las causas técnicas y científicas, económicas y sociales que aceleran la evolución del mundo, y la provisión de las situaciones que podrían derivarse de sus influencias conjugadas. La definición más sencilla de este concepto pareciera decirlo todo: es un futuro deseable y posible.

¿Pronosticar el futuro? Seria ésta una tarea cómoda, redituable si de lo que se trata es de visualizar un futuro acorde a nuestros deseos, ideologías e intereses personales o de grupo, pero ajeno a las necesidades reales de la sociedad.

Hacer prospectiva hoy, conlleva a elegir entre utopía y distopía. La primera es un plan o sistema ideal de gobierno en el que se concibe una sociedad perfecta y justa, donde todo discurre sin conflicto, y en armonía. Por el contrario, la distopía visualiza una sociedad imaginaria bajo un poder totalitario o una ideología determinada, según la concepción del autor determinado. Estamos hablando de una representación futura de características negativas que puede ser la causante de la alineación humana.

Frente a las utopías, como la planteada por Tomás Moro que veía posible una sociedad perfecta, sujeta a las normas divinas, tal como también la visualiza San Agustín en “La Ciudad de Dios”, las distopías filosóficas o religiosas promovidas por grupos religiosos o filosóficos son las que oprimen o son oprimidos por la sociedad. Hay también distopías corporativas en las que una corporación, militar o económica, toma el centro de la sociedad.

Existen muchos ejemplos de distopías: “1984” de George Orwell; “Un mundo feliz” de Aldous Huxley; “Mercaderes del Espacio” de Frederick Pohl; “El mundo sumergido” de J.G. Ballard, y, “El cuento de la criada”, de Margaret Atwood.

¿Utopía o distopía? La balanza se inclina hoy más hacia la segunda opción. El mundo perfecto, igualitario y justo está lejos de ser factible. La pandemia y su crisis han alejado toda posibilidad. El mundo gira de derecha a izquierda y viceversa. Las ideologías no han desaparecido, tampoco la historia,como proclamaba Francis Fukuyama a finales de los ochentas. En cambio, el utopista Carlos Marx sigue vivo porque, si bien es cierto que su idea de un “mundo feliz e igualitario” fue desgarrado por el totalitarismo estaliniano, sus planteamientos sobre el devenir del sistema capitalista se han cumplido totalmente.

“La crisis económico-social y el consiguiente aumento de la pobreza tiene sus causas en políticas inspiradas en formas de neoliberalismo que consideran las ganancias y las leyes de mercado como parámetros absolutos en detrimento de la dignidad las personas y de los pueblos” Papa Francisco

El sistema capitalista continua su inexorable marcha hacia el abismo fundado en un modelo contradictorio en el que se habla de equidad y desarrollo compartido, la utopía, pero que, en realidad marcha precipitoso hacia una distopía basada en las leyes darwinianas que se fundan en la supervivencia del más fuerte, en este caso, del hombre rico por encima del hombre pobre.

La llamada “nueva normalidad” llega con el aviso hecho por el Banco Mundial, nacido en Brenton Woods, en la génesis del imperio estadounidense. El organismo internacional advierte del riesgo de una “década perdida” para la economía global.

¿Por qué tiene sentido esta profecía? Porque la pandemia y la guerra de Ucrania han tenido un efecto duradero sobre el crecimiento potencial. En su informe titulado “Caída de las perspectivas de crecimiento a largo plazo: tendencias, expectativas y políticas”, presentado por el banco a finales del mes de marzo pasado, se establece que, derivado de la pandemia y la guerra de Ucrania, “dentro de poco podríamos estar en una década perdida para la economía mundial”.

Deseable que los contras mexicanos leyeran este informe y entiendan que las dificultades para que nuestro país alcance un crecimiento alto del PIB, no depende únicamente de políticas públicas internas, que sin duda se requieren, hay variables externas que lo impiden. El último reporte del Fondo Monetario Mundial (FMI) coincide. Al tiempo que pide austeridad a los gobiernos, demanda atender el problema inflacionarios que lastima más a quien menos tiene.

Entendamos todos que la concatenación de crisis, a la que recién se ha unido una nueva crisis bancaria y financiera (remember 2008), “han dañado la tasa de crecimiento potencial de la economía por lo que las perspectivas para los próximos años son malas por lo cual tendremos una década de crecimiento bajo a nivel planetario.”

¿Qué significa lo anterior? La baja en las expectativas de crecimiento del PIB significa que la economía mundial estará sujeta a una especie de “límite de velocidad”. Este “límite de velocidad” – la tasa máxima a largo plazo a la que puede crecer la economía sin provocar inflación – caerá al nivel más bajo de los últimos 30 años.

¿Qué hacer para revertir este nefando presagio? El organismo internacional demanda “un ambicioso impulso de las políticas para aumentar la productividad y la oferta de mano de obra, incrementar la inversión y el comercio, y, aprovechar el potencial del sector de los servicios”.

¿Qué hacer en caso de recesión económica y de una crisis financiera? Franziska Uhrisorge, gerente del grupo de perspectivas del Banco Mundial, alerta que las recesiones tienden a reducir el crecimiento potencial. “Las crisis bancarias sistemáticas causan más daño inmediato que las recesiones, pero su impacto tiene a atenuarse con el tiempo”.

No debemos perder de vista que la economía global enfrenta, desde 2020, “los mayores bandazos y desafíos: la inesperada inflación galopante, las subidas abruptas de tipos (tasas de interés), la desglobalización o la transición energética”, plantean Ignacio Fariza y Lluís Pellicer (“El País”, 11 marzo 2023).

Por su parte, el economista mexicano Alejandro Werner, ex directivo del FMI, hoy docente en la prestigiada Universidad de Georgetown, se pregunta: “¿Preferimos vivir en un país que tiene un problema inflacionario pero que ha recuperado los niveles de actividad precovid o en uno en el que ha sucedido lo contrario”? Él se decanta por lo primero.

Frente a los que se oponen al alza de los tipos de interés, César Arroyo, docente investigador de la City University de Nueva York, señala: “No es fácil dominar a la inflación: la inercia inflacionaria no se puede cortar de un día para el otro.” Lo real, siguiendo su argumento, es que de no haber subido las tasas de interés al ritmo que marco la FED, y que, entre otros el Banco de México siguió a rajatabla, “estaríamos con una inflación de dos dígitos y acelerándose”.

“Las crisis se producen cuando lo viejo no acaba de morir y cuando lo nuevo no acaba de nacer” Bertolt Brecht

La pandemia provocó un cortocircuito en las cadenas de suministro que no se ha podido revertir. ¿Transitamos a la desglobalización? Wolfgang Münchau (“El País, 13 feb. 2023”), director de Eurointelligence, señala que: “Como ilustración de la manera en que la geopolítica ha impactado en la globalización, la imagen de un globo enorme derribado por un misil es difícil de superar “.

Establece que el “permafrost” estratosférico en las relaciones entre Estados Unidos y China, sumado al conflicto bélico entre Rusia y Ucrania, “ha puesto fin a una era que comenzó hace poco más de treinta años. Yo la llamo la era de hiperglobalización. La paradoja es que está terminando como empezó: con un mundo”.

¿Está viva la globalización? Los analistas que parten de la idea de que la globalización “goza de buena salud y está viva”, como Niall Ferguson, se centran en un factor para ese diagnóstico: el comercio. Las estadísticas hablan por sí solas, el comercio global alcanzó su punto más alto justo antes de la crisis financiera de 2008, sin embargo, de entonces se ha movido lateralmente.

Para Münchau, en cambio, el rasgo distintivo de la globalización moderna ya no es el comercio sino la interdependencia. “Si se quiere entender cómo funciona por dentro la globalización, es mejor no fijarse en la circulación de bienes, sino en la del dinero que se paga por ellos y en la mano de obra que los produce.”

Si profundizamos en este planteamiento, en el hecho de que no es el intercambio de bienes lo que sustenta la globalización sino la interdependencia, podemos entender el por qué las sanciones impuestas por occidente a Rusia no han tenido el resultado esperado. Desde luego que han afectado la economía de la nación invasora, pero también se convirtieron en un bumerang que golpeó a la cabeza y al estómago de los sancionadores.

“Por desgracia -plantea Münchau- para quienes creen en el poder de las sanciones, la única parte de la globalización que sigue funcionando bien es el mercado gris: China está ayudando a Rusia a canalizar las exportaciones de petróleo hacia mercados mundiales”.

Está claro que Occidente sobrevaloró los efectos que tendrían las sanciones económicas en la capacidad de Vladimir Putin para llevar a cabo la guerra, al tiempo que subestimó sus consecuencias para la globalización. Resulta ingenuo  pensar que se puede privar de tecnología crítica a un país con los recursos de China. En ese punto la nación asiática, no obstante los esfuerzos de Estados Unidos, está ganando la batalla.

En el contexto de la guerra de Ucrania, y la tensión de los últimos días por Taiwán, que llevaron a “boca floja” Donald Trump a convertirse en el heraldo de la “Tercera Guerra Mundial”, hay que tener muy en cuenta que si también se decide sancionar al país asiático, entonces, “no hay que sorprenderse de que Rusia y China formen una alianza estratégica”, que ya ha cumplido sus primeros pasos en el marco de la reciente visita de Xi Jinping a Moscú.

Wolfang Münchau nos recuerda que el grupo llamado BRICS, integrado por Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica, está vivo y recuperará relevancia en momentos en los que se dilucida en liderazgo mundial entre Estados Unidos y China. Los miembros de este grupo no se han sumado a la aplicación de sanciones a uno de sus miembros.

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Los integrantes de este grupo analizan la posibilidad de crear “una moneda de reserva conjunta” que, coinciden muchos analistas, reduciría notablemente el riesgo de exponerse a sanciones financieras por parte de Estados Unidos. Al final del día, lo que pretendan los BRICS es tomar a tiempo medidas para depender menos de las instituciones financieras gobernadas por los países occidentales.

Münchau concluye que Occidente quiere ser menos dependiente de Oriente. “La pandemia nos ha hecho conscientes de la vulnerabilidad de las cadenas de suministro. La guerra de Rusia ha puesto de manifiesto la dependencia estratégica de Europa del gas, del petróleo ruso, y de los granos y celerales que produce”. Esta claro entonces que la “nueva globalidad” no se mide por la cantidad de mercancias que se intercambian sino por el grado de interdependencia de los países que se ha convertido en el eje central de esa nueva globalidad.

“El hombre se descubre cuando se mide con un obstáculo” Antoine de Saint-Exupéry

En esta nueva normalidad, en la era postcovid, seguimos comerciando entre nosotros, sí. “Seguiremos haciéndolo, pero vamos a ser poco menos globales y más regionales. La globalización se ha desinflado, igual que un globo aerostático”. ¿Podemos imaginar un mundo postneoliberal? No terminaba de derrumbarse el Muro de Berlín cuando Francis Fukuyama, politólogo norteamericano muy influyente en esos momentos en la “Casa Blanca” (Ronald Reagan), proclamó el “fin de la historia”.

La narrativa anticomunista que prevaleció durante 45 años, ante la caída del muro y la posterior desintegración de la URSS, presumía cotidianamente que el capitalismo había vencido al socialismo soviético, y que ese modelo económico estaba destinado a imponerse como único sistema, de la mano de los valores democráticos de la sociedad abierta cuya defensa, de manera unilateral, se asignó Washington.

Tan cuestionado el modelo neoliberal por haber “enanizado” al gobierno, brazo administrativo del Estado. Reducido su compromiso con la sociedad a los niveles mínimos, el Estado se convirtió en un simple facilitador de los procesos económicos, políticos y sociales orientados a fortalecer al sector privado y su participación monopólica en las economías nacionales.

La guerra en Ucrania ha evidenciado una nueva geopolítica basada en alianzas estratégicas. Se han potenciado los intercambios tecnológicos, las redes de suministro energético, la dirección de los flujos comerciales, lo que indica, coinciden varios analistas, que, “avanzamos hacia una nueva división del mundo en bloques que tienden a acentuar sus diferencias”.

Francesco Boldizzoni (“El País”, 12 marzo 2023) nos convoca a imaginar al mundo después del neoliberalismo. Plantea que al momento de dejar este modelo, “el socialismo no es la única alternativa posible. Pensar en términos binarios no ayuda a pensar en escenarios realistas”.

El capitalismo ha sobrevivido más tiempo del que algunos pensaban, como Karl Max, su más profundo conocedor. Boldizzoni considera que el filósofo político alemán tuvo dos méritos fundamentales: “El primero, darse cuenta que no se trata de un sistema natural, sino de una construcción histórica”.

Efectivamente, para el autor, junto Federico Engels, del “Manifiesto del Partido Comunista”, el capital no es una cosa “sino una relación social entre personas mediada por cosas [materialismo]”.Segundo mérito, para padre del materialismo histórico, el capitalismo es inestable “porque es un sistema orientado al beneficio y no a la satisfacción de las necesidades”.

Boldizzoni nos recuerda que no fue Marx el único profeta que “pecó de impaciencia” al querer ver el fin del sistema capitalista; el economista inglés John Meynar Keynes consideraba, en 1930, en medio de la crisis económica más grave vivida por el capitalismo, “que dentro de 100 años no liberaríamos de la tiranía del dinero y nos dedicaríamos por fin a la buena vida: Libres de preocupaciones materiales, tendríamos mucho tiempo libre para nutrirnos de conocimiento y belleza”. Está claro que esta utopía no se hizo realidad.

El sistema capitalista, con sus virtudes y defectos, ha pervivido camaleónicamente: libre competencia, monopolios, capitalismo de Estado, capitalismo monopolista de Estado. En los últimos treinta años ha transitado por una nueva vía, el neoliberalismo que ofreció crecimiento económico y mejor distribución de la riqueza. El saldo es desfavorable. Contribuyó a liberar los mercados impulsando acuerdos bilaterales y multilaterales, pero ello fortaleció la dominancia de las naciones ricas a costa de las naciones pobres.

El neocolonialismo no se diferencia del colonialismo clásico, sigue la ruta de la explotación del hombre por el hombre. El  neocolonialismo, además de acrecentar la dependencia, embarneció a las viejas y a las nuevas oligarquías económicas con el contubernio de los llamados gobiernos corporativos en el marco del capitalismo monopolista de Estado.

“Nunca hubo ningún chance de neoliberalismo aquí. Este es un país muy pobre y el Estado siempre tendrá un papel importante en la atenuación de las diferencias sociales” Fernando Henrique Cardozo. Presidente de Brasil

Como bien establece Thomas Piketty en su libro “El Capital en el Siglo XXI”, el modelo neoliberal contribuyó a concentrar aún más la riqueza en pocas manos al tiempo que la pobreza aumentó en un escenario en el que el Estado, como ya señalé, se empequeñeció bajo el conocido dicho que preconizan los adoradores y defensores de este modelo: “El Estado es un mal administrador”. Lo evidente, y centro de las preocupaciones actuales, es que la tan prometida “justicia social” que ofrecieron los creadores e impulsores del modelo, no se cumplió.

¿Es el capitalismo la panacea para lograr esa justicia social invocada por partidos con diferentes plataformas ideológicas? La desglobalización, parte central de la narrativa antineoliberal, es una realidad. El comercio de satisfactores no es ya la plataforma que le permita acrecentar los bríos y aumentar su influencia. En razón de lo anterior, no son pocos los que consideran que “un mundo multipolar” (que será la herencia de la pandemia, la crisis económica y la guerra en Ucrania) “ofrecería mayor libertad para experimentar con nuevas soluciones”.

Iniciamos esta Prospectiva con las propuestas derivadas de la Cumbre Iberoamericana realizada a principios de este mes en República Dominicana. Vinculo los acuerdos alcanzados, derivados de reflexiones sobre el futuro de nuestra región, para expresar mi total coincidencia con el planteamiento hecho en su artículo por Francesco Boldizzoni.

“Me gusta pensar que será el sur el protagonista de la nueva etapa; por ejemplo, América Latina, donde podrían crearse las condiciones para abandonar definitivamente el modelo neoliberal y emprender el camino del desarrollo auto determinado y participativo. Pero también Europa haría bien en despertar del sueño Fukuyama si no quieren llegar tarde a su cita con la historia”.

Joseph E. Stiglitz, Nobel de Economía, plantea, con relación al mundo postneoliberal que, si bien es cierto que necesitamos mercados libres, “eso significa que sean libres del yugo de los monopolios, del monopsonio, y del poder indebido que las grandes empresas han amasado a través de una creación ideológica de mitos.”

Es tiempo de buscar nuevos derroteros. ¿Una cuarta vía? Sí, fundada en el humanismo, en la igualdad y en la equidad. Una cuarta vía derivada de la necesidad de un modelo político, económico y social distinto a la derecha, la izquierda y el centrismo. Entendamos que las utopías nos permiten soñar, pero las distopías nos provocan insomnio.


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